


Un viejo narrador [antes de empezar su relato] solía allanar con la mano el suelo delante de sí y hacía dos marcas en él con el pulgar derecho, dos con el izquierdo y una doble marca con ambos pulgares a la vez. A continuación se frotaba las manos, y se pasaba la mano derecha hacia arriba por la pierna derecha, hasta la cintura; se tocaba la mano izquierda y la pasaba por el brazo derecho hasta el pecho. Hacia lo mismo pasando cada mano en la misma dirección por el otro costado. Después tocaba las marcas del suelo con ambas manos, se las frotaba y se las pasaba por la cabeza y por todo el cuerpo.
Esto significa que el Creador había hecho el cuerpo y las extremidades de los seres humanos del mismo modo que había hecho la tierra, y que el Creador era testigo de lo que iba a narrarse. No contaban ninguna de las historias antiguas o sagradas sin antes hacer esto. Y era algo bueno. Yo confié siempre en [los viejos narradores], y creo que contaban la verdad. (John Stands in Timber, cheyenne).
En el Bajo Klamath hay un árbol viejísimo, inmenso, que ha proporcionado un relato del primer mundo y sus gentes. El propio árbol es un miembro de la primera humanidad, transformado; nadie sabe qué edad tiene. Los hechiceros acuden a él una vez al año, conversan, le hacen preguntas, reciben respuestas. Cada año una piedrecita se añade a un montón en el que, al parecer, ya hay miles de guijarros. El montón está cerca del árbol; no se permite a nadie que cuente las piedras que tiene. El montón es sagrado; una vez una piedra se coloca junto a las otras, debe permanecer allí para siempre.
Este árbol sagrado ha contado relatos del primer mundo, relatos que los indios Weitspekan [Yurok] conocen y reverencian.
Según la señora Mary Eyley, en el entorno nativo de la zona alta del río Cowlitz los relatos que eran muy largos se contaban en dos o más noches consecutivas. En tiempos pasados, quizá cuando los oyentes estaban marchándose o quedándose dormidos, era costumbre hacer un alto diciendo algo así como «Ahora amarraré mi mito», dando a entender que el mito era como una canoa, y había que amarrarlo a un leño o árbol de la orilla del río hasta la noche siguiente, cuando se reanudaba el viaje por mito. Entonces, al llegar el momento de las historias, puede que el narrador, dijera: ‘Ahora desamarraré el mito», y el relato proseguía a partir del punto en que se había interrumpido.
Todavía con este símil, si el narrador se desviaba del cauce principal de su relato, o se desviaba hacia un canal secundario de chismorreo o de cualquier otra cosa irrelevante, podía suceder que uno de los oyentes lo amonestara exclamando … ‘Parece que tu mito va a la deriva’. Es también interesante constatar que cada frase, o quizá cada expresión del relato, terminaba con un semi-ritual llamado of ‘i’…!‘, literalmente ‘¡sí!’ por parte del público, de quien, si estaba despierto, se esperaba que respondiera de forma habitual de esta manera un tanto cansina. En estos tiempos modernos de escepticismo y degradación, los mitos encuentran un público que se limita sonreír, y incluso se muestra relativamente indiferente.
Saber un buen relato sirve para proteger tu hogar, tus hijos y tus bienes. Un mito es igual que unos sólidos cimientos de piedra: dura mucho tiempo.