Un mal narrador

Al final de un relato en uno de mis cuadernos del condado de Clare escribí: “30 de diciembre, 1929. Este es el peor cuento que haya escuchado nunca, y para cualquiera familiarizado con el relato las omisiones, vacilaciones e incoherencias resultaban exasperantes. El público estaba muy asqueado.

De vez en cuando yo cruzaba miradas con John Carey, un buen narrador, que fumaba sentado junto al fuego, y meneaba con pesar la cabeza. Para él era un sacrilegio machacar un cuento de esa forma. El pobre recitador, que a decir verdad lo estaba haciendo lo mejor que podía, tosía en ocasiones; tenía un resfriado, pero le iba bien tapar sus defectos con una tos sonora de vez en cuando, y el espacio de descanso que de este modo se creaba en la narración le permitía pensar. Muy a menudo, los narradores tosen cuando no saben lo que van a decir.

Por fin, Carey no pudo soportar más la tensión, indignado más allá de lo tolerable, y le gritó al narrador, diciéndole lo que se había saltado y reprendiéndolo. Carey y los demás oyentes habían conocido al padre del recitador, que fue el mejor narrador del distrito; el hijo recordaba los cuentos, pero no podía contarlos bien.

El crítico literario analfabeto puede ser tan despiadado en sus juicios como su sofisticado colega que escribe en una estancia repleta de libros, y podemos estar seguros de que el relato medieval, lo mismo que la narración oral moderna, tenía que pasar por el fuego purgatorio de muchos siglos antes de alcanzar el elevado nivel que le exigían los cínicos críticos del mundo de habla gaélica.

Seamus O Duilearga [James Delargy] “Irish Tales and Story-tellers”, en H. Khun and K.Schier (eds.), Märchen, Mythos und Dichtung: Festschrift zum 90. Geburtstag Friedrich von der Leyens am 19. August 1963, Múnich: Editorial C. H. Beck, 1963, pp. 66-67)

Ilustración inspirada en un dibujo del tambor de un chamán

La extraña expresión de sus ojos mientras cantaba

La hija del kapala [cacique del pueblo] y una compañera exigieron dos florines cada una por contarme folklore, ante lo cual expresé mi deseo de escuchar primero lo que podían contar. La compañera insistió en que antes el dinero, pero la esposa del kapala, que era una mujer encantadora, empezó a cantar, y su amiga se unió a menudo a la canción. Se trataba de la oración preliminar, sin la cual no se podían contar historias. La mujer era una blian [chamán], y su forma de narrar leyendas, me informó, consistía en delinear relatos en forma de canción.

Puesto que no tenía a nadie para que me tradujera, de mal grado me vi obligado a renunciar a su demostración, aunque encontré interesante observar la extraña expresión de sus ojos mientras cantaba, y la apariencia de estar en trance que mantenía. Otro aspecto notable era el intenso apego de sus perros, que centraron constantemente sus ojos en ella, y acompañaron sus movimientos con extraños sonidos guturales.

Dayak, Borneo central; Carl Lumholtz, Through Central Borneo: An Account of Two Years’ Travel in the Land of the Head-Hunters Between the Years 1913 and 1917, Singapur: Oxford University Press, págs. 137-138

Ilustración inspirada en una pintura rupestre de Kimberley, Australia

Nunca le escuché narrar un cuento hasta dos veces

Aquí en nuestra celda, los varones, todas las noches nos juntábamos en medio de velas y mecheros, haciendo círculos como para la merienda de una faena. Aquí seguíamos hilando entre risas y sin preocupaciones, escuchando los cuentos de los cuentesteros. Nunca, como en la cárcel, he escuchado tantos cuentos, que hasta ahora los recuerdo todavía, algunos de ellos.

[. . .]

De noche, la celda parecía un matrimonio, llena de velas y mecheros a kerosene. Así, entre hilando e hilando, nos contábamos cuentos hasta altas horas de la noche. Para eso de cuentos, Matico Quispe era especial. Él era preso del pueblo de Oropesa y su mujer era de Huaro, donde él vivía. Aquí, cuando estaba de pongo tendalero, en la hacienda de un señor Díaz, cierta noche del tendal desaparecieron tres costales de semillas de maíz. Él era inocente, pero el hacendado no creía.

Más bien lo denunció en Urcos, donde su cuñado que era juez, como ladrón de su tendal. Por eso Matico estaba preso. Matico era especial, pues desde aquella vez de la cárcel de Urcos, hasta ahora, nunca me he topado con otro paisano que sea tan cuentestero como Matico. Él era tan cuentestero que nunca le escuché, el tiempo que estuve en la cárcel, narrar un cuento hasta dos veces. Todo estaba listo en su cabeza.

Gregorio Condori Mamani, De nosotros los Runas: Autobiografía, con Ricardo Valderrama Fernández y Carmen Escalante Gutiérrez, Madrid: Alfaguara, 1983, págs. 49, 52; Gregorio Condori Mamani es quechua del pueblo de Acopía, en Perú

Ilustración inspirada en una imagen de inspiración budista

Narradores

Aunque los japoneses son una nación de lectores, también les encanta escuchar los relatos del narrador profesional, que a su manera es todo un artista. Al tipo más humilde de narrador se lo puede ver sentado en una esquina, con un grupo de culis boquiabiertos a su alrededor. Los de la categoría más elevada se agrupan en gremios que tienen en propiedad casas especiales de entretenimiento llamadas yose, y a los que también se puede contratar por horas para amenizar fiestas privadas. Algunas formas de narración están más bien en la línea de una lectura popular. El hombre se sienta con un libro abierto ante sí y lo expone; quizá la historia de los Cuarenta y Siete Rōnin, o la novela china de los Tres Reinos (Songoku Shi), o un relato de la rebelión de Satsuma, o las antiguas guerras medievales de las familias Taira y Minamoto; y cuando llega a un punto especialmente bueno, el narrador lo subraya con un golpe de abanico, o con una tablilla de madera que tiene para ese fin. A este tipo de lectura se le llama gundan, si el tema es la guerra; de otro modo es kōshaku, que significa literalmente «disquisición». El hanashi-ka o narrador propiamente dicho trata relatos de amor, anécdotas e incidentes imaginarios. Gidaiyu es una especie de balada cantada por las mujeres con acompañamiento del shamisen o banjo.

El entretenimiento que se ofrece en una yose es, por lo general, mixto. Habrá historias bélicas, relatos amorosos, recitales acompañados por el banjo; el mismo programa está casi todo él en vigor durante una quincena, y el cambio se hace los días 1 y 16 del mes. Puesto que el número de estas casas que hay en cada ciudad de envergadura es considerable, los oyentes pueden encontrar algo nuevo que escuchar cada noche, y los narradores de más elevada categoría alcanzan lo que para Japón son unos ingresos considerables, pues van de una casa de entretenimiento a otra, deteniéndose sólo una hora más o menos en cada una, el tiempo justo para contar un relato y ganarse de este modo un dólar o dos.

Muchos estudiantes extranjeros de la lengua japonesa han encontrado en las yose su mejor escuela; pero hasta la fecha solamente a dos se les ha ocurrido ir allí no como oyentes, sino como recitadores. Uno es un inglés llamado Black, cuyo dominio del japonés es tan perfecto, y cuyos argumentos, tomados del acervo de la ficción europea, resultan ser novedades tan gratas, que los narradores de Tokio lo han admitido en su gremio. Del otro –también inglés, llamado John Pale– se dice que canta las canciones japonesas tan bien como un nativo.

Con la introducción de formas europeas de entretenimiento, como el baile y el cinematógrafo, las yose han perdido cierto terreno en el favor popular. Sin embargo, por un curioso giro del destino, han pasado a disfrutar del patrocinio especial del gobierno, que ahora las utiliza con fines de propaganda; Black, el inteligente inglés mencionado más arriba, falleció en 1923.

Basil Hall Chamberlain, Things Japanese being Notes on Various Subjects connected with Japan, Londres: Kegan Paul, Trench, Trubner & Co., 1939, pág. 467

Ilustración inspirada en grabados rupestres de una cueva de la isla de Götland

Pero no nos dormíamos

Supe de Coyote y de las cosas que puede hacer porque mi padre nos contaba historias sobre cómo empezó el mundo y cómo Coyote ayudó a nuestro Creador, Hermano Mayor, a poner las cosas en orden. Sólo algunos hombres conocen estas historias, pero mi padre era uno de ellos. En las noches de invierno, cuando nos terminábamos las gachas o el estofado de conejo y estábamos tumbados en nuestras esteras, mis hermanos le decían:

–Padre, cuéntenos algo.

Mi padre se tumbaba en silencio sobre su estera, con mi madre a su lado y el bebé entre ellos. Al cabo, empezaba lentamente a contarnos sobre cómo empezó el mundo. Este es un relato que sólo se puede contar en invierno, cuando las serpientes no rondan por ahí, porque si lo escucharan las serpientes entrarían arrastrándose y te morderían. Pero en invierno, cuando las serpientes duermen, contamos estas cosas. Nuestro relato sobre el mundo está repleto de canciones, y cuando los vecinos escuchaban cantar a mi padre abrían la puerta de nuestra casa y franqueaban el alto umbral. Familia tras familia venían, y hacían un gran fuego y mantenían la puerta cerrada ante la fría noche. Cuando mi padre terminaba una frase, todos decíamos a continuación la última palabra. Si alguien se dormía, él paraba. Ya no seguía hablando. Pero no nos dormíamos.

R. M. Underhill, Papago Woman, Long Grove, Ill.: Waveland Press, pág. 50

Ilustración inspirada en el arte del pueblo Klickitat de la costa noroeste de América

Gwydion era el mejor narrador del mundo

Entraron a guisa de poetas y les dieron la bienvenida. Gwydion fue ubicado esa noche a un lado de Pryderi.

–Bueno –dijo Pryderi–, nos gustaría escuchar una historia de parte de alguno de esos jóvenes de allá.

–Tenemos una costumbre, señor –replicó Gwydion–: la primera noche en la que se llega a un hombre importante, el poeta principal es el que recita. Te contaré historias con mucho gusto.

Gwydion era el mejor narrador del mundo. Esa noche entretuvo a la corte con anécdotas e historias divertidas, por lo que fue admirado por todos y Pryderi estaba encantado conversando con él.

From “Math son of Mathonwy”, the fourth branch of the Maginogi, in The Mabinogion, translated by Gwyn Jones and Thomas Jones, London: J. M. Dent & Sons, revised edition, 1989, pp. 56-57

Ilustración inspirada en una pintura rupestre del Cabo Oriental, Sudáfrica

Un proceso continuo de ficcionalización

Nuestra vida social y personal es un proceso continuo de ficcionalización, a medida que interiorizamos nuestro otro-que-no-somos, lo dramatizamos, lo imaginamos, hablamos por él y a través de él. La precisión de esta ficcionalización nunca está garantizada, pero sin una capacidad para al menos adivinar lo que el otro pueda estar pensando no podríamos en absoluto tener una vida social.  Una de las cosas que hizo la ficción fue hacer de este proceso algo explícito, visible. Toda narración de historias es la invitación a entrar en un espacio paralelo, una arena hipotética, en la que tienes un acceso imaginado a cualquier cosa que no seas tú. Y si la ficción creía algo sobre sí misma, esto era que en el ADN de la ficción había empatía, que era el producto de la compasión.

Zadie Smith, “Fascinated to Presume: In Defense of Fiction”, New York Review of Books, r 24 de octubre de 2019, pág. 8

Ilustración basada en un amuleto Haida (gran garza azul y humano), conservado en el Royal British Museum

Una herencia del pasado profundo

Esto es lo que hemos heredado del pasado profundo, [. . .] la habilidad innata de contar y entender relatos, que viene de nuestras interacciones con un entorno natural exigente; y los programas neuronales que nos permiten leer y escribir, que también proceden de ese entorno.

Margaret Atwood, “Literature and the environment” en Burning Questions: Essays and Occasional Pieces, 2004-2021, Londres:  Chatto & Windus, 2022, pág. 145

Ilustración inspirada en el dibujo de un tejido sudafricano

El tema es el recitado

[En el Kalevala] todos los objetos y criaturas son parte de un continuum vital en constante comunicación mutua. Es un mundo que nunca está en silencio. Casi se diría que el ruido lo mantiene con vida. Los objetos inanimados vibran con una especie de temblor panteísta. Los muros, suelos y vigas de la casa se agitan, crujen y cantan de expectación por la novia que vendrá. Nada permanece inmóvil; hasta los muertos no están muertos, simplemente en otro lugar. Por supuesto, todo este sonido y movimiento los plasmaba originalmente una voz que salmodiaba sin interrupción; las descripciones sonoras deben de haber proporcionado oportunidades perfectas para estimular a los oyentes a concentrarse en el hilo conductor del relato. El recitado no era sólo el medio de expresión de los poemas del Kalevala: era su tema primordial. Las palabras y la música que la acompañaban encarnan una magia suprema.

Geoffrey O’Brien, “Magic Sayings by the Thousands”, New York Review of Books, 4 de noviembre de 2021, pág. 36

Ilustración inspirada en el logotipo de la Kalevala Society

El canto y el héroe se crean mutuamente 

Cuando, en el clímax de la Odisea, el disfrazado Odiseo –que se prepara para abatir a los intrusos que le están robando y cortejan a su esposa–, arma su gran arco “cual un hábil citarista y cantor tiende fácilmente con la clavija nueva la cuerda”, y tañe el arma para producir una nota musical. Con este símil espléndido, Homero fusiona los hechos sobre los que canta con el arte del cantor. El canto crea al héroe, pero héroe también crea el canto. 

James Romm, “A Journey into Homer’s World”, New York Review of Books, Septiembre 23, 2021, pág. 51 

Ilustración inspirada en la cerámica de la cultura Mimbres, Nuevo México