Cada relato puede contener más de un mensaje 

[Para los yanyuwa del norte de Australia,] Liwingkinya [un lugar con imágenes pintadas] es nyiki-nganji, o pariente, de Walala [un lago]. Estos dos lugares están vinculados entre sí por medio de relatos, canciones y actividades humanas, y en los abrigos rupestres pueden observarse señales de esas actividades.

Las tradiciones orales que todavía sostienen Liwingkinya han sobrevivido gracias a no estar congeladas en la página impresa sino a que se las narre y cante repetidamente. Cada relato puede contener más de un mensaje. El oyente también es parte del evento; de un buen oyente se espera también que aporte distintas experiencias vitales al relato de estos lugares cada vez que se canta o narra sobre ellos, y todos aprenden entonces cosas diferentes cuando se reaviva a estos lugares mediante el discurso o el canto. Estas canciones y relatos fuerzan al oyente a pensar de nuevas maneras sobre las experiencias cotidianas.

Para los hombres y mujeres yanyuwa que conocen su territorio, cantar y contar historias es la forma de expresión más valorada, un arte que abarca cierto tipo de verdad que vive más allá de los marcos restrictivos del positivismo, el empirismo y lo que en occidente se podría llamar sentido común. 

J. Bradley, A. Kearney and L. M. Brady, “A lesson in time: Yanyuwa ontologies and meaning the Southwest Gulf of Carpentaria, Northern Australia”, en Oscar Moro Abadía y Martin Porr (eds.), Ontologies of Rock Art: Images, Relational Approaches, and Indigenous knowledges, London & New York: Routledge, pág. 126 

Ilustración inspirada por una escultura que representa un ancestro de Indonesia

Relatos de arena

Las extensiones de arena desnuda propias de la Australia central proporcionan una tabla de dibujo natural que siempre está disponible. Puesto que, por regla general, cualquier conversación continuada la mantienen personas sentadas en el suelo, hacer marcas en la arena se convierte con facilidad en un suplemento a la expresión verbal.

Los walbiri a menudo contrastan su forma de vida con la de los australianos blancos señalando con orgullo: «Nosotros, los walbiri, vivimos sobre el suelo». Al dibujo en la arena se lo considera parte de este valorado modo de vida así como un aspecto característico de su estilo de expresión y comunicación. Acompañar el discurso personal con señales explicativas hechas en la arena es «hablar» a la manera walbiri.

[…]

Tanto hombres como mujeres dibujan elementos gráficos similares sobre el suelo durante la narración de historias o el discurso general, pero las mujeres formalizan este uso narrativo en un género diferenciado que llamaré relato de arena. Un espacio de unos 30 o 60 cm se alisa en la arena; se retiran los rastrojos y se arrancan las piedras pequeñas. El proceso de narración consiste en la interacción rítmica de una notación gráfica continua con signos gestuales y un parloteo verbal canturreado. El acompañamiento vocal puede en ocasiones caer al mínimo; el sentido básico es entonces transmitido por una combinación de signos gestuales y gráficos. Los signos gestuales son intrincados y específicos, y en ocasiones pueden reemplazar una verbalización más completa.

A las historias que las mujeres walbiri cuentan de esta forma se las designa con el término utilizado para cualquier relato tradicional sobre los tiempos ancestrales, djugurba. Los walbiri indican que sólo las mujeres cuentan historias de esta manera, aunque todo el mundo está familiarizado con el método. Si bien en su forma más sistemática la técnica se elabora en las narraciones sobre acontecimientos situados en los tiempos ancestrales, las mujeres también la utilizan de una forma más fragmentaria para transmitir experiencias personales o cotilleos del momento. Como forma de comunicación puede activarse durante la narración en general, independientemente de si el contenido se supone que alude a los tiempos ancestrales o al presente. Se considera, sin embargo, que un djugurba «como es debido» alude a los tiempos ancestrales.

El contexto social de la narración de historias es la vida distendida e informal del campamento, sin la carga del secreto o las sanciones rituales. Los campamentos de las mujeres son una ubicación habitual. […] Incluso en los momentos de más calor las mujeres tienden a sentarse muy juntas; sin cambiar de postura o hacer ningún tipo de anuncio especial, una mujer empieza a contar una historia. En ocasiones es posible ver a una mujer de las de más edad recitando para sí, en silencio, un relato, mientras gesticula y hace señales en la arena, pero lo más común es que varios miembros del grupo se junten en torno a la narradora, marchándose cuando lo desean, haya finalizado o no el relato. En cualquier momento la propia narradora puede interrumpir ella misma el relato y seguir realizando alguna tarea doméstica, o incluso irse a dormir en el transcurso del relato.

Cualquier mujer poseía un acervo de relatos aprendidos quizá de sus parientes femeninos o de su marido. A veces, cuando se les preguntaba, las mujeres sugerían que los relatos debían transmitirse de madre a hija, pero lo cierto es que no existen derechos específicos sobre estas historias; como decían las mujeres «todo el mundo» les enseña estos relatos.

Los niños walbiri no cuentan historias como entretenimiento, pero a la edad de cinco o seis años son capaces de realizar e identificar las formas gráficas básicas que se emplean en la narración. […] Un niño pequeño o un bebé pueden estar sentados en el regazo de la madre mientras ella cuenta un relato de arena; de esta forma, la observación del dibujo en la arena es parte de la experiencia perceptual temprana. No se enseña de forma sistemática a dibujar en la arena, y se aprende, sobre todo, por observación.

En torno a los ocho o nueve años de edad, un niño o niña puede contar sin problemas relatos de su propia invención. A medida que una niña se hace mayor, su desenvoltura para narrar historias va aumentando y puede emplear la técnica del relato de arena (fundamentalmente, por lo que he podido observar, sin realizar signos gestuales) para comunicar historias sobre experiencias personales, o que ella misma haya inventado En ocasiones puede que les cuente esos relatos a otras niñas, o a niños y niñas más pequeños. Los varones de más edad son más reacios a utilizar la técnica, puesto que se la identifica con un comportamiento propio de las mujeres.

Nancy D. Munn, Walbiri Iconography: Graphic Representation and Cultural Symbolism in a Central Australian Society, Chicago y Londres: Chicago University Press, 1986, págs. 58-64

Ilustración inspirada en pinturas rupestres bosquimanas del Cederberg, Sudáfrica

Contar sólo parte del relato

Haida

 

Muy a menudo [en la Australia aborigen], se contaban fragmentos [de los relatos] referidos a lugares o personajes, sin desarrollar las acciones o seguir hasta el final la trama argumental. A un niño que viajaba por el territorio de un pariente cercano (madre, padre, abuelo, por ejemplo) se le decía el nombre de un lugar especial y de la presencia-espíritu que lo habitaba, o una esposa podía recibir esa información la primera vez que visitaba el territorio de su marido. Estos segmentos probablemente se ampliaban más tarde, dando lugar a relatos más completos. Eran una parte vital del conjunto del proceso de enseñar, aprender y conocer los relatos míticos y su contexto en una región dada.

 

Roland M. Berndt y Catherine Berndt, The Speaking Land: Myth and Story in Aboriginal Australia, Victoria: Penguin Books, 1989 pág. 9
Ilustración inspirada en diseños del pueblo Haida

Akangkwirreme, escucha hondo

serpientecalabaza

Lo más sólido que puedo a decirles a nuestros niñas y niñas de ahora es: no olvidéis nuestra cultura. Es importante, escuchad a los mayores, no os limitéis a darles la espalda. Escuchad con respeto lo que digan, y seguid adelante.

Para instruir a los niños tenemos que contarles relatos, llevarlos al páramo, movernos con ellos por allí. Salir a cazar, buscar lo que queremos encontrar, hablarles de lo que estamos buscando. Es supervivencia. […] Piensa hondo, cuéntales historias, háblales de lo que haces, así es como mejor aprenden nuestros niños, haciendo cosas. Es también una forma de enseñar a la gente de fuera nuestra cultura: mostrarles nuestro país.

A todos los demás niños, la demás gente, les diría: venid, escuchadnos, os contaremos nuestra cultura. Aprended de nosotros. De esta forma todos sobreviviremos. […]

Debemos hacer cosas juntos: respetar, escuchar y pensar, hacer cosas juntos, no sólo hablar todo el rato. Párate a pensar alguna vez, simplemente dejar que haya silencio. Debes aprender a esperar, a dejar que tus pensamientos vuelvan a ti. Entiende también cómo puede sentirse la otra persona, aprecia que quizá no sepas la respuesta, o entiendas la pregunta. Eso es lo que significa trabajar entre culturas. El respeto tiene que fluir en ambas direcciones, también el aprendizaje. […] Espero que escuchéis hondo y dejéis que estos relatos os penetren. Estos relatos son para todos los tiempos, para los días de antaño, para ayudar a recordar a los mayores, pero también para el futuro y para los jóvenes de ahora. A cambio de los relatos de nuestros mayores nosotros teníamos que darles la comida que habíamos recolectado, eso teníamos que hacer para aprender; compartir es sobrevivir.

Kathleen Kemarre Wallace (with Judy Lovell),  Listen Deeply, Let These Stories In, Alice Springs: IAD Press, 2009,  pp. 170, 171. Wallace, nació en 1948, es una artista y narradora que pertenece a los Arrente de Australia Central.
Ilustración inspirada en un dibujo realizado sobre una calabaza en Ghana.

«Era el macho y la hembra…»

Máscaras

Él era el macho y la hembra, el seductor y la seducida. Era glotón, era cornudo, era viajero agotado. Arañaba el suelo hacia los costados con sus pies de reptil, después se quedaba inmóvil y erguía la cabeza. Levantaba su párpado inferior para cubrir el iris, y extraía su lengua de lagarto. Hinchaba el cuello hasta formar bocios de cólera; y, finalmente, cuando le llegaba el momento de morir, se contorsionaba y retorcía, atenuándose más y más sus movimientos como los del Cisne Moribundo.

Entonces se le atascó la mandíbula, y ahí terminó.

El hombre de azul agitó las manos en dirección a la colina y, con la cadencia triunfante de quien ha contado la mejor de las historias posibles, gritó: –¡Ahí … ahí es donde está!

El recital no había durado más de tres minutos.

Bruce Chatwin, The Songlines, Londres: Pan Books, 1988, pàg. 117, a partir de la traducción de J. M. de Prada-Samper
Ilustración basada en un amuleto Haida (Gran Garza Azul y Humano), conservado en el Royal British Columbia Museum