Fuerzas ajenas a él

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¿Cómo se hace alguien cantor, preguntas? No forzando la voz en las cumbres peladas de los cerros, ni siquiera haciéndoles regalos a muchos maestros.

Entonces, Parchen-tulchi, un cantor nace cantor?

No, tampoco un tulchi (rapsoda) nace. ¿Cómo puede un hombre inventar imágenes de un mundo de héroes, cómo puede ver las cien cumbres nevadas del Altai y los diez lagos azules y los setenta ríos veloces y los camellos rojos y amarillos y las manadas de caballos negros, ruanos y moteados, si estas cosas no le son comunicadas por fuerzas ajenas a él?

¿Qué fuerzas son esas?

Cuando era un niño de doce años llevaba a pastar a la estepa los rebaños de mi padre. Un día vi a un gigante a lomos de un dragón, si era sueño o realidad no puedo decírtelo. El gigante me preguntó si quería convertirme en un cantor de epopeyas. Le dije al gigante que en verdad aquél era mi mayor deseo pero que temía que jamás pudiera verlo cumplido. Porque mi padre me iba a mandar al monasterio a ponerme el hábito del lama y aprender los libros sagrados. El gigante señaló una cabra blanca, la más grande y mejor del rebaño de cabras de mi padre. “Dame esa cabra para sacrificarla al rey de los dragones”, dijo, “y tales serán los cantos heroicos que entonarás que tu nombre será siempre amado allá donde los hombres se reúnan en torno a las hogueras, o se junten en los grandes festejos de los príncipes”.

Accedí gustoso; el gigante me golpeó en el hombro, montó su dragón y se marchó. Cuando volví en mí no había nadie, ni gigante, ni dragón, pero cerca de allí un lobo se estaba comiendo la cabra blanca, la mismísima que el gigante había exigido para el sacrificio. Desde ese día supe que tenía el don del canto, otorgado por el señor de los dragones en persona.

¿Y entonces todo fue fácil… canto, fama, y conocimiento?

Parchen sonrió.

Nada fue fácil. Pues mi padre me zurró la badana porque el lobo había devorado su cabra. Me mandó al monasterio, y allí los monjes me zurraban porque no podía aprender la sagrada doctrina.

Sin embargo, ¿llegaste a ser cantor?

Tenía el don. Me dejaron aprender los cantos y cantar. Cuando los supe sentí el llamado de la estepa y dejé los sagrados muros para deambular entre las tiendas de los príncipes y cantar las gestas de mi gente.

Poseía muchos cantares, y los espíritus me hablaban con facilidad, de modo que me hice famoso entre los hombres. Muchos fueron los regalos que recibí, sedas, ropajes, sillas de montar, alfombras, caballos y ovejas, pero yo me lo gasté todo y de nuevo volví al monasterio. En aquellos días era alegre y despreocupado, dado a la embriaguez y a las mujeres, pródigo con todas las cosas, y amaba la vida de los hombres. En una ocasión incluso amé a una rusa, y ella me amó a mí.

Mongolia; Ralph Fox, “Conversation with a Lama”, New Writing, otoño de 1936, págs. 180-181
Ilustración inspirada en un hombre pájaro Rapa Nui, Isla de Pascua

Dios ha sembrado en mi corazón el don del canto

Navajo

Cuando le pregunté al cantor [de historias] con más éxito de los que llegué a conocer si podía recitar tal o cual cantar, me respondió: «Puedo recitar cualquier cantar porque Dios ha sembrado en mi corazón el don del canto. Él pone la palabra en mi lengua sin que tenga que buscarla. No he aprendido ninguno de mis cantares; todo mana de mis entrañas, de mí mismo.

 

Wilhelm Radloff en “Samples of Folk Literature from the North Turkic Tribes” traducido por Gudrum Böchter Sherman con Adam Brooke Davis, Oral Literature, 5: 84; esta es la parte de Radloff’s book Aus Sibirien, publicada en Leipzig, 1854
Ilustración inspirada en un diseño del pueblo Navajo

 

 

Nada que temer durante el recital

Pez dentado

Antes de iniciar un recital del Manas, Keldibek dijo a sus pastores que acudieran sin temor al campamento porque su ganado regresaría a casa por sí mismo, y nadie, fuera persona o animal salvaje, podría robarles una oveja mientras él estuviera cantando el Manas. Pero cuando empezó a cantar la yurta se puso a temblar, se desató un poderoso huracán en medio de cuya oscuridad y estruendo descendieron volando los compañeros de Manas, de tal modo que se agitó la tierra bajo los cascos de sus caballos.

Kirghiz; quoted in Hatto, “Kirghiz”, en Traditions of Heroic and Epic Poetry. Volume I: The Traditions, edited by A. T. Hatto, London: The Modern Humanities Research Association, p. 305; Manas is the national epic of the Kirghiz people, and tells the exploits of the eponymous hero and his descendants.
Ilustración basada en el dibujo de un pez encontrado en Nueva Irlanda, Papúa Nueva Guinea.