El lugar de los mitos

Los bella coola coinciden en que el más importante de sus seres sobrenaturales es Älquntäm, la divinidad suprema, creador de hombres y animales […]. Otros nombres con los que se le conoce se detallan a continuación:

[…]

Smaiaikila, «El hombre cuento», porque Älquntäm creó los mitos ancestrales al mismo tiempo que creó la humanidad. […]

Smaialotla, «De quien proceden, y a quien pertenecen, todos los mitos». Como creador de mitos tenidos en muy alta estima, la divinidad suprema es su dueño.

[…]

Aunque Älquntäm mora a menudo en el sol, su hogar está en la tierra plana encima del cielo, una casa enorme que figura de manera destacada en la mitología bella coola y en el pensamiento actual. […] [Uno de los nombres de la casa es] Nusmäta, «El lugar de los mitos».

T. F. McIlwraith, The Bella Coola Indians, vol. 1, Toronto: University of Toronto Press, 1948, págs. 32, 34

Ilustración inspirada por una escultura que representa un ancestro en Indonesia

Pero no nos dormíamos

Supe de Coyote y de las cosas que puede hacer porque mi padre nos contaba historias sobre cómo empezó el mundo y cómo Coyote ayudó a nuestro Creador, Hermano Mayor, a poner las cosas en orden. Sólo algunos hombres conocen estas historias, pero mi padre era uno de ellos. En las noches de invierno, cuando nos terminábamos las gachas o el estofado de conejo y estábamos tumbados en nuestras esteras, mis hermanos le decían:

–Padre, cuéntenos algo.

Mi padre se tumbaba en silencio sobre su estera, con mi madre a su lado y el bebé entre ellos. Al cabo, empezaba lentamente a contarnos sobre cómo empezó el mundo. Este es un relato que sólo se puede contar en invierno, cuando las serpientes no rondan por ahí, porque si lo escucharan las serpientes entrarían arrastrándose y te morderían. Pero en invierno, cuando las serpientes duermen, contamos estas cosas. Nuestro relato sobre el mundo está repleto de canciones, y cuando los vecinos escuchaban cantar a mi padre abrían la puerta de nuestra casa y franqueaban el alto umbral. Familia tras familia venían, y hacían un gran fuego y mantenían la puerta cerrada ante la fría noche. Cuando mi padre terminaba una frase, todos decíamos a continuación la última palabra. Si alguien se dormía, él paraba. Ya no seguía hablando. Pero no nos dormíamos.

R. M. Underhill, Papago Woman, Long Grove, Ill.: Waveland Press, pág. 50

Ilustración inspirada en el arte del pueblo Klickitat de la costa noroeste de América

No penden hilos de misterio sin resolver 

La conclusión [del relato] describe la harmonía restituida, con un cierre como am wa’i hug, ‘este es el final’ o am wa’i at hoabdag, ‘este es el centro de la cesta’. Esto último es una figura para que el retorno a la harmonía necesario para que el relato se pueda considerar completo, sugiriendo que se han abordado todos los detalles entretejidos en el relato y que no penden hilos de misterio sin resolver. 

Dean y Lucille Saxton, O’othham Hoho’ok A’agitha. Legends and Lore of the Papago and Pima Indians, Tucson: University of Arizona Press, segunda impresión, 1978, pág. 371 

Ilustración inspirada por un dibujo tradicional de Letonia

No le parezca al lector que esto que es dicho es mucha salvajez

Tenían estas gentes [los taínos] una buena e gentil manera de memorar las cosas passadas e antiguas; y esto era en sus cantares e bayles, que ellos llamaban areyto, que es lo mismo que nosotros llamamos baylar cantando. […] Algunas veçes junto con el canto mezclan una tambor, que es hecho en un madero redondo, hueco, concave, e tan grueso como un hombre […]. E assi, con aquel mal instrumento e sin él, en su cantar (qual es dicho) diçen sus memorias e historias passadas, y en estos cantares relatan de la manera que murieron los caçiques passados, y quántos y quáles fueron, e otras cosas que ellos quieren que no se olviden. […]

Esta manera de bayle paresçe algo a los cantares e danças de los labradores, quando en algunas partes de España en verano con los panderos hombres y mugeres se solazan; y en Flandes he yo visto la mesma formar de cantar, baylando hombres y mugeres en muchos corros. […] Assi […], esta manera de cantar en esta y en las otras islas (y aun en mucha parte de la Tierra-Firme) es una efigie de historia o acuerdo de las cosas passadas, assi de guerras como de paces, porque con la continuaçion de tales cantos no les olviden las haçañas e acaesçimientos que han passado. Y estos cantares les quedan en la memoria, en lugar de libros de su acuerdo; y por esta forma resçitan las genealogías de sus caçiques y reyes o señores que han tenido, y las obras que hiçieron, y los malos o buenos temporales que han passado o tienen; e otras cosas que ellos quieren que a chicos e grandes se comunique e sean muy sabidas e fixamente esculpidas en la memoria. Y para este efecto continúan estos areytos, porque no se olviden, en especial las famosas victorias por batallas.

[…]

No le parezca al letor que esto que es dicho es mucha salvajez, pues que en España e Italia se usa lo mismo, y en las más partes de los christianos (e aun infieles) pienso yo que debe ser así. ¿Qué otra cosa son los romançes e canciones que se fundan sobre verdades, sino parte e acuerdo de las historias passadas? A lo menos entre los que no leen, por los cantares saben que estaba el rey don Alonso en la noble cibdad de Sevilla, y le vino al corazón de ir a çercar Algeçira. Assi lo dice un romance, y en la verdad asi fue ello: que desde Sevilla partió el Rey don Alonso Onçeno, quando la ganó, a veynte e ocho de março, año de mil e tresçientos e quarenta e quatro años. Assi que ha en este de mil e quinientos e quarenta e ocho dosçientos e quatro años que tura este cantar o areyto. Por otro romançe se sabe que el Rey don Alonso VI hizo cortes en Toledo para cumplir de justicia al Çid Ruy Díaz con los condes de Carrión […] Assi andan hoy entre las gentes estas e otras memorias muy más antiguas y modernas, sin que sepan leer lo que las cantan e las resçitan, sin averse passado de la memoria. Pues luego bien haçen los indios en esta parte de tener el mismo aviso, pues les faltan letras, e suplir con sus areytos e sustentar su memoria e fama; pues que por tales cantares saben las cosas que ha muchos siglos que pasaron.

Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés (1478-1557), Historia general y natural de las Indias, Madrid: Imprenta de la Real Academia de la Historia, 1851 [1526], págs. 426-429

Ilustración inspirada en un cerrojo utilizado por los Bámana de Mali

Wisahkitchak debe de seguir buscando a ese coyote

Solo un narrador intentó alguna vez explicar por qué todos los relatos [de los cree] empiezan «Wisahkitchak iba caminando». Este narrador explicó que, puesto que estaban creciendo, podía contarle a su público de niños cómo empezaba el relato.

En el principio, Wisahkitchak estaba sentado. Donde estaba sentado, no había nada. No había más que un pedazo de tierra. Wisahkitchak sopló sobre él y el pedazo se hizo más grande. Se preguntó lo grande que debía hacerlo. Este pedazo de tierra era el mundo mismo. Entonces Wisahkitchak hizo un coyote; Wisahkitchak le dijo al coyote que corriera alrededor del borde del mundo y regresara. Regresó, y le dijo a Wisahkitchak lo grande que se había hecho el mundo. Esto sucedió muchas veces.

Wisahkitchak siguió soplando. No tenía bastante. Mientras el coyote estaba ausente, Wisahkitchak hacía más animales, en su mayor parte animales de caza y aves. Entonces mandó partir al coyote la que quizá sería la última vez. Wisahkitchak se cansó de esperar a aquel pequeño coyote. Entonces Wisahkitchak se levantó por primera vez. Se levantó y echó a andar en busca del coyote.

Este es el principio del relato, y el final. El resto de las historias sobre Wisahkitchak son ramificaciones de sus viajes; este relato es la raíz. Nadie ha oído nunca que Wisahkitchak dejara de caminar, por lo que debe de seguir buscando a ese coyote.

Cree de la llanura, Alberta (Canada). Regna Darnell, «Correlates of Cree narrative performance», en R. Bauman y J. Sherzer (eds.), Explorations in the Ethnography of  Speaking, segunda edición, Cambridge: Cambridge University Press, 1996 pág. 465, nota 7

Ilustración: rama de ciruelo floreciendo

Lo importante es conservar el sentimiento del relato

FIGURA ANDINA_HN

En el nuevo libro he incluido varias historias muy antiguas que escribí de memoria, tal y como las escuché hace mucho tiempo. Con la memoria hay que tener cuidado; para ciertos hechos o detalles la memoria es probablemente más imaginativa que otra cosa, pero lo importante es conservar el sentimiento del relato. Es algo que nunca olvido: el sentimiento que uno recibe del relato es lo que hay que esforzarse por plasmar con fidelidad.

Leslie Marmon Silko (de los pueblo de Laguna, en Nuevo México) en una carta al poeta James Wright, en L. M. Silko y J. Wright, The Delicacy and Strength of Lace, edición de Anne Wright, Saint Paul, Minnesota: Graywolf Press, págs. 69-70
Ilustración inspirada en dibujo andino

Mantenemos nuestras vidas en orden con los relatos

Kalevala

Estas son todas las cuestiones que debemos conocer. Es muy fácil enfermar, porque están siempre pasando cosas que causan confusión en nuestro intelecto. Es necesario que tengamos maneras de pensar, de mantener las cosas estables, saludables, hermosas. Intentamos tener una larga vida, pero nos pueden pasar muchas cosas. Así que mantenemos en orden nuestros pensamientos mediante estas figuras de cordel y mantenemos nuestras vidas en orden con los relatos. Tenemos que poner nuestras vidas en conexión con las estrellas y el sol, los animales y la naturaleza entera, de lo contrario nos volveremos locos o enfermaremos.

Palabras de un narrador navajo recogidas por Barre Toelken e incluidas en su libro The Dynamics of Folklore, Boston: Houghton Mifflin, 1979, pág. 96
Ilustración inspirada en el logotipo de la Kalevala Society

 

 

No se tolera apartarse demasiado de la trama tradicional

FIGURA hohokam

Puede afirmarse con confianza que no hay en el mundo tribu aborigen en la que la narración de mitos no esté limitada a un reducido grupo de individuos dotados de este talento concreto. Estos individuos son siempre muy respetados por la comunidad, y se les permite que se tomen con un texto determinado libertades que les están vedadas al resto de la gente. De hecho, en ocasiones se les admira por tomarse esas libertades. Si bien es indudable que la teoría aceptada en todas partes es que un mito debe siempre contarse del mismo modo, todo lo que la teoría quiere decir aquí es lo que ya dije antes, esto es, que lo esencial de la trama, los temas y el dramatis personae no cambian. En resumidas cuentas, no se tolera una ruptura acusada con respecto al argumento tradicional o la tradición literaria concreta. Las libertades que se le permiten a un narrador de talento varían de un mito a otro, de una tribu a otra y, dentro de la propia tribu, de un periodo a otro.

Entre los winnebago, como ya hemos indicado, el derecho a narrar un mito determinado, esto es, un waikan, pertenece a una familia o un individuo concretos. En cierto sentido, el mito es un “bien” que le pertenece y, como tal, a menudo posee un alto valor pecuniario. En los casos en que el mito era muy sagrado o muy largo, era necesario adquirirlo por entregas. Sin embargo, el número de personas con derecho a comprarlo estaba rigurosamente restringido, puesto que nadie se tomaría la molestia de comprar el derecho a narrar un mito por simple curiosidad, ni el dueño se lo contaría a una persona así. Lo que sucedía en realidad era que un waikan pasaba de un narrador de talento a otro.

Esto significaba que su contenido y estilo, si bien podían haber quedado fijados de forma básica y primaria por la tradición, quedaban fijados de forma secundaria por individuos de una habilidad literaria específica que infundían a este waikan la impronta de sus propio genio y temperamento. Huelga decir que intentaban narrarlo con la misma excelencia y autenticidad que sus más dotados predecesores. Los conformistas y ‘clasicistas’ más estrictos entre los narradores intentarían manifiestamente preservar el lenguaje exacto de un predecesor. No obstante, no se le exigía fidelidad. De hecho, en general los oyentes preferirían y valorarían a un narrador en función de su propio estilo y forma de expresarse, esto es, en función de su propia personalidad. No debemos olvidar que no estamos tratando aquí de relatos escritos. Cada relato era, estrictamente hablando, un drama en el que la actuación del narrador era tan crucial como el relato en sí. Recalcar una cosa tan elemental puede parecer innecesario, pero es algo que a menudo se olvida.

Sobre la tradición de los winnebago, un pueblo amerindio de la zona de los Grandes Lagos; Paul Radin, The Trickster: A Study in American Indian Mythology, Nueva York: Philosophical Library, pág. 122
Ilustración inspirada en un dibujo de la cultura hohokam

Prohibido cabecear

Amuleto sumerio

 

«Las canciones de los pápago se transmiten de cantor en cantor con más cuidado que los poemas de Homero. Un hombre sueña sus propias canciones y se las da a su hijo; pero antes de que naciera ya existía un corpus de magia mediante el cual los antepasados gobernaban su mundo. A este conjunto de cantos y relatos lo he llamado a veces la ‘Biblia pápago’. Como buena parte de la literatura no escrita del Sudoeste [de Estados Unidos], es mitad prosa y mitad verso […].

»En toda aldea pápago hay un anciano cuya función hereditaria es recitar esta ‘Biblia’. El momento convenido para su recital son esas cuatro noches de invierno ‘cuando el sol se detiene’ antes de dar la vuelta en ese viaje al sur en el que se diría que quizá podría llevarse su luz para siempre.

»En esas noches –cuatro, porque todo lo sagrado va de cuatro en cuatro– los hombres pápago se reunían en la casa ceremonial […].

»Los hombres se sentaban con las piernas cruzadas, los brazos plegados y la cabeza inclinada. Esta era la postura que el decoro exigía, del mismo modo que nuestros antepasados victorianos exigían sentarse erguido en el banco de la iglesia. Nadie debía interrumpir al orador con una pregunta o siquiera un movimiento. Nadie debía cabecear. Si alguien lo hacía, uno de sus vecinos le metía un cigarrillo ardiendo entre los dedos de los pies, calzados con sandalias. Si el orador lo veía, se paraba abruptamente y por aquella noche ya no había más narración de historias.

»El narrador había trabajado quizá durante años para memorizar toda esa compleja masa de prosa y verso. La prosa la complementaba en ocasiones con ilustraciones y explicaciones de su cosecha, pero el verso no podía cambiarse. La letra y la tonada de cada canción habían sido ‘dadas’ por Hermano Mayor [el creador]; también el punto exacto en que aparecían dentro del relato. Un anciano se ha negado a contarme una historia porque ha olvidado la tonada de una canción, y por eso no puede contarme el relato completo. Sin embargo, se han ido filtrando variaciones, y la ‘Biblia’ cambia de una aldea a otra.

La ‘Biblia’ pápago requeriría de por sí un libro […].»

Ruth Murray Underhill, Singing for Power: The Song Magic of the Papago Indians of Southern Arizona, Berkeley & Los Angeles: University of California Press 1968 [1938], pp. 11-13
Ilustración inspirada en un amuleto sumerio de una rana del 3500 A.C

Recuperando el relato

HN-cazador

 

He encontrado la clave del sistema que (en los viejos tiempos) regía el matrimonio entre parientes lejanos, una cuestión que el año pasado me tenía desconcertado. Cuando la novia se casa, cierta parte del relato ancestral (smaiusta) de su padre se transmite al marido; por ejemplo, el derecho a tallar o pintar un cuervo en una caja para guardar comida. A menos que se vuelva a adquirir, el relato permanece en la familia del marido, pero a medida que el smaiusta se va transmitiendo, permanece el recuerdo de que parte de él está en otra familia y un hijo, nieto u otro descendiente del padre de la esposa intentará recuperarlo desposando a una mujer de la otra familia. Como lo expresan los bella coola, un hombre siempre ‘caza’ cuando contrae matrimonio, con el objeto de recuperar fragmentos de sus smaiustas.

 
De una carta del antropólogo canadiense  T. F. McIlwraith a Edward Sapir, 26 diciembre 1923 en At Home with the Bella Coola Indians: T. F. McIlwraith’s Field Letters, edited by John Barker and Douglas Cole, Vancouver: UBC Press, 2003 pp. 113-114
Ilustración inspirada en una pintura rupestre bossquimana del Cederberg, Sudáfrica