Echar sombras a la lumbre

peces

Contar una historia es echar sombras a la lumbre. En ese preciso instante, todo lo que la palabra revela lo consume el silencio. Solo quien reza entregando por completo el alma sabe lo que significa ese arder y esa caída de la palabra en los abismos.

Mia Couto, La confesión de la leona, traducción de Rosa Martínez-Alfaro, Madrid: Alfaguara, 2016, pág. 79
Ilustración basada en una imagen de inspiración budista

Un cuento es el viento

Nudo

«Tú sabes que espero a que vuelva el hombre del lugar,* la luna,

para regresar yo a mi hogar,

escuchar los relatos de la gente,

cuando la visite,

escuchar las historias que cuentan.

Ellos escuchan las historias de la gente de la Llanura, sí,

del otro lado del lugar,

esto hacen, las escuchan.

Cuando el  otro hombre del lugar, el sol, calienta un poco

me siento al sol;

sentado, escucho las historias que vienen de lejos,

historias que llegan desde la lejanía.**

Obtendré entonces de ellos una historia, sí,

porque las historias flotan desde la lejanía.

Cuando el otro dueño del lugar calienta un poco,

siento que en verdad debo ir de visita,

para hablar con ellos, mis congéneres. […]

Primero debo sentarme un rato, refrescar mis brazos,

dejar que les pase la fatiga.

Simplemente, escucho,

esperando una historia que deseo escuchar;

espero que flote hasta mi oído.*** […]

Iré a sentarme en mi hogar,

para orientar mis orejas hacia mis pasos

que recorrí, sí,

porque siento que una historia es el viento:

le gusta ir flotando de un lugar a otro.

 

* La expresión |xam es !xoe-sho-!kui, literalmente, «la persona del lugar».  Según Lloyd (p. 298), ||kabbo dijo que “el otro nombre de la luna es !xoe-sho-!kui, el mismo que el otro nombre del sol”. En la misma nota Lloyd explica también que |a!kuŋta tradujo la expresión como «el hombre que conoce todos los lugares». Un poco más adelante en este mismo testimonio, ||kabbo, hablando en tercera persona, alude a sí mismo como !xoe-sho-!kuiten, que es la forma enfática de esta misma expresión. Entonces Lloyd lo traduce como the man of the place, «el hombre del lugar». (Nota de JMdP-S)

** ||kabbo explica que un cuento es “como el viento, viene de un lugar lejano, y lo sentimos”. (Nota de Lucy C. Lloyd)

***||kabbo explica que cuando uno ha recorrido un camino, y se sienta, aguarda a que un relato viaje hasta el, siguiendo la misma senda. (Nota de Lucy C. Lloyd)

 (||kabbo, narrador |xam ; dictado en julio y agosto de 1873 a W. Bleek y L. C. Lloyd; véase una traducción distinta en J. M. de Prada, La niña que creó las estrellas: relatos orales de los bosquimanos |xam , Madrid: Lengua de Trapo, 2011, págs. 5, 6).
Ilustración inspirada en un nudo de diseño tradicional finés.

Sabes, el cuento es como un árbol joven.

Dragoncito

Sabes, el cuento es como un árbol joven. Crece, se desarrolla, lo podas, lo injertas, lo limpias; de él brotarán hojas, ramitas y frutos. Una nueva vida se desarrolla, como sucede con los humanos. ¿Quién sabe qué será? Así es el cuento. En una ocasión comencé a narrar un cuento sobre una muchacha que encontró una caja. La cogió, miró el interior, la abrió. Había un dragón. El dragón la agarró y se la llevó. Lo que pasó después lo estuve contando una semana. Así va el cuento: como nosotros queremos, solo que ha de tener una base; después se le puede añadir cualquier cosa. (Reflexiones del narrador húngaro  Ferenc Czapár, pescador de profesión).

Linda Dégh,  Narratives in Society: A Performer-Centered Study of Narration, Helsinki, Academia Scientarum Fennica, Folklore Fellows Communications no 255. pág. 44. 1995.
Ilustración inspirada en el arte de la cultura Maya.

Amarrando el mito

 

Según la señora Mary Eyley, en el entorno nativo de la zona alta del río Cowlitz los relatos que eran muy largos se contaban en dos o más noches consecutivas. En tiempos pasados, quizá cuando los oyentes estaban marchándose o quedándose dormidos, era costumbre hacer un alto diciendo algo así como «Ahora amarraré mi mito», dando a entender que el mito era como una canoa, y había que amarrarlo a un leño o árbol de la orilla del río hasta la noche siguiente, cuando se reanudaba el viaje por mito. Entonces, al llegar el momento de las historias, puede que el narrador, dijera: ‘Ahora desamarraré el mito», y el relato proseguía a partir del punto en que se había interrumpido.

Todavía con este símil, si el narrador se desviaba del cauce principal de su relato, o se desviaba hacia un canal secundario de chismorreo o de cualquier otra cosa irrelevante, podía suceder que uno de los oyentes lo amonestara exclamando … ‘Parece que tu mito va a la deriva’. Es también interesante constatar que cada frase, o quizá cada expresión del relato, terminaba con un semi-ritual llamado of ‘i’…!‘, literalmente ‘¡sí!’ por parte del público, de quien, si estaba despierto, se esperaba que respondiera de forma habitual de esta manera un tanto cansina. En estos tiempos modernos de escepticismo y degradación, los mitos encuentran un público que se limita sonreír, y incluso se muestra relativamente indiferente.

Klikitat (sahaptin), in Melville Jacobs Northwest Sahaptin Texts, New York: Columbia University Press, 1934.
Ilustración inspirada en grabados rupestres de una cueva de la isla de Götland.