Cuentistas profesionales
Narradores de alquiler en la vieja Rusia
Ya en fuentes rusas del siglo XII se puede leer que un hombre rico que sufría de insomnio ordenó a sus sirvientes que le hicieran cosquillas en la planta de los pies, tañeran el gusli y le contaran cuentos de encantamiento. Iván el Terrible, que devino uno de los héroes más populares de los cuentos rusos, fue su degustador más ávido, y tres ciegos se turnaban en la cabecera de su cama, narrándole cuentos maravillosos antes de que conciliara el sueño. Hasta el siglo XVIII, diestros narradores de historias siguieron alegrando el asueto de zares y zarinas, príncipes y aristócratas. Incluso a finales de ese siglo encontramos en los periódicos rusos anuncios de ciegos que se ofrecen para trabajar en las casas de la aristocracia como narradores de historias. De niño, Lev Tolstoy se dormía con las narraciones de un anciano que el abuelo del conde había comprado, cierta vez, por los cuentos de encantamiento que sabía y su forma magistral de narrarlos.
Roman Jakobson, “On Russian Fairy Tales”, en A. Afanasiev, Russian Fairy Tales, traducción de Norbert Guterman, Nueva York: Pantheon, 1945, pág. 635
Ilustración inspirada en un dibujo mesopotámico
Fuerzas ajenas a él
–¿Cómo se hace alguien cantor, preguntas? No forzando la voz en las cumbres peladas de los cerros, ni siquiera haciéndoles regalos a muchos maestros.
–Entonces, Parchen-tulchi, un cantor nace cantor?
–No, tampoco un tulchi (rapsoda) nace. ¿Cómo puede un hombre inventar imágenes de un mundo de héroes, cómo puede ver las cien cumbres nevadas del Altai y los diez lagos azules y los setenta ríos veloces y los camellos rojos y amarillos y las manadas de caballos negros, ruanos y moteados, si estas cosas no le son comunicadas por fuerzas ajenas a él?
–¿Qué fuerzas son esas?
–Cuando era un niño de doce años llevaba a pastar a la estepa los rebaños de mi padre. Un día vi a un gigante a lomos de un dragón, si era sueño o realidad no puedo decírtelo. El gigante me preguntó si quería convertirme en un cantor de epopeyas. Le dije al gigante que en verdad aquél era mi mayor deseo pero que temía que jamás pudiera verlo cumplido. Porque mi padre me iba a mandar al monasterio a ponerme el hábito del lama y aprender los libros sagrados. El gigante señaló una cabra blanca, la más grande y mejor del rebaño de cabras de mi padre. “Dame esa cabra para sacrificarla al rey de los dragones”, dijo, “y tales serán los cantos heroicos que entonarás que tu nombre será siempre amado allá donde los hombres se reúnan en torno a las hogueras, o se junten en los grandes festejos de los príncipes”.
Accedí gustoso; el gigante me golpeó en el hombro, montó su dragón y se marchó. Cuando volví en mí no había nadie, ni gigante, ni dragón, pero cerca de allí un lobo se estaba comiendo la cabra blanca, la mismísima que el gigante había exigido para el sacrificio. Desde ese día supe que tenía el don del canto, otorgado por el señor de los dragones en persona.
–¿Y entonces todo fue fácil… canto, fama, y conocimiento?
Parchen sonrió.
–Nada fue fácil. Pues mi padre me zurró la badana porque el lobo había devorado su cabra. Me mandó al monasterio, y allí los monjes me zurraban porque no podía aprender la sagrada doctrina.
–Sin embargo, ¿llegaste a ser cantor?
–Tenía el don. Me dejaron aprender los cantos y cantar. Cuando los supe sentí el llamado de la estepa y dejé los sagrados muros para deambular entre las tiendas de los príncipes y cantar las gestas de mi gente.
Poseía muchos cantares, y los espíritus me hablaban con facilidad, de modo que me hice famoso entre los hombres. Muchos fueron los regalos que recibí, sedas, ropajes, sillas de montar, alfombras, caballos y ovejas, pero yo me lo gasté todo y de nuevo volví al monasterio. En aquellos días era alegre y despreocupado, dado a la embriaguez y a las mujeres, pródigo con todas las cosas, y amaba la vida de los hombres. En una ocasión incluso amé a una rusa, y ella me amó a mí.
Mongolia; Ralph Fox, “Conversation with a Lama”, New Writing, otoño de 1936, págs. 180-181
Ilustración inspirada en un hombre pájaro Rapa Nui, Isla de Pascua
El disipador de cuitas
En malayo, pengiluar lara, ‘disipador de cuitas’, es el nombre de alabanza del narrador que posee el arte de cautivar a sus oyentes. A lo largo de los siglos el narrador malayo desarrolló y refinó su arte hasta convertirlo en la expresión misma del raudo movimiento del caballo del príncipe; los ondulantes bucles de la serpiente; la ninfa celeste surcando el cielo, luminoso y áureo. Inimitables son las imágenes que salpican los cuentos malayos.
Jan Knappert, Mythology and Folklore in South-East Asia, Oxford University Press, 1999 pág. 195
Dibujo inspirado en una pintura rupestre de Kakadu, Australia
Hacer que el material conocido sea relevante para el público
El narrador no recrea el trabajo de otros, sino que más bien crea, en el proceso de narrar el relato, su propia versión interpretativa. Mediante el uso de recursos como la analogía, el narrador inculca al material ya conocido un sentido relevante para el público e imprime en él su sello personal.
Mary Ellen Page, “Professional storytelling in Iran: Transmission and practice”, Iranian Studies, vol. 12, 1979, pag. 212
Gatopez. Ilustración inspirada en la cerámica de la cultura de Mimbres, Nuevo México.
Para ser narrador hay que tener buena voz
Además del material que se narra, ciertos atributos puramente físicos del narrador inciden en su labor. Aspectos como la cualidad vocal y los gestos tienen efecto en el público y su forma de reaccionar ante el narrador. La mayoría, por supuesto, estarán de acuerdo en que hay que tener una buena voz para narrar historias. Los oyentes se quejarán si la voz del narrador es débil (za’if). Los oyentes valorarán a los narradores cuyas voces describen como cálidas (garm), una voz que consigue conmoverlos. Los narradores pueden desarrollar formas estilizadas de presentación, pero éstas no son tema de formación, ni constituyen el valor más importante de la narración. […] Todos los narradores reconocen también que pueden adoptar elementos del estilo de otros narradores a los que han tenido ocasión de escuchar.
Mary Ellen Page, “Professional storytelling in Iran: Transmission and practice”, Iranian Studies, vol. 12, 1979, pág. 211
Ilustración inspirada por un dibujo de la cultura Mochica, Perú.
Un buen narrador domina plenamente el relato
[En Irán,] haya entrado en la narración mediante un estudio formal o se haya formado a sí mismo, un hombre enumerará los mismos puntos clave para triunfar como narrador. Tanto los narradores como el público describen al buen contador de historias como alguien bien versado (vared) en su material. El narrador considera que debe poseer un conocimiento pleno y completo tanto de la fuente literaria como del tumar. Un narrador también se precia de guardar en la memoria un conjunto considerable de poesía lírica.
»El público está familiarizado con el repertorio del narrador, y un narrador no recitará materiales que su público desconozca. Considera que los oyentes no regresarán a diario para pagar y escuchar un relato que no habían escuchado nunca (balad nistand). En suma, los aspectos que se valoran para considerar a alguien buen narrador son los que más se reflejan en la formación para convertirse en narrador profesional: memorización de textos y dominio de un material familiar.
Mary Ellen Page, “Professional storytelling in Iran: Transmission and practice”, Iranian Studies, vol. 12, 1979, pp. 199-200
Ilustración inspirada en los dibujos de MinaLima para el libro de J.K.Rowling Fantastic Beasts and where to find them
Si excede el tiempo asignado, el público puede irse
El recital [de un narrador profesional iraní] dura aproximadamente una hora y media. […] El relato se narra por entregas, y se cuenta un segmento nuevo cada sesión. […] El narrador controla el tiempo con mucho cuidado. Si excede el tiempo asignado, el público podría marcharse antes de que haya terminado. Cuando el tiempo asignado acaba, el narrador concluye su relato y bendice a quienes le dan dinero.
Mary Ellen Page, “Professional storytelling in Iran: Transmission and practice”, Iranian Studies, vol. 12, 1979, pp. 197-198
Ilustración inspirada en la cerámica de la cultura Mimbres, Nuevo México
Los narradores profesionales iraníes
«En las principales ciudades iraníes aún es posible encontrar al narrador profesional (naqqal) que actúa a diario ante un público de hasta cien o doscientos hombres. Si bien este arte se ha practicado en Irán durante siglos, está desapareciendo rápidamente. […]
»Todo narrador está vinculado a un café al que un público masculino acude diariamente en momentos concretos para verlo actuar. Un narrador puede actuar en dos cafés en un día o dos narradores pueden actuar a distintas horas en el mismo café. […] La clientela se compone sobre todo de habituales que acuden cada día a escuchar el relato. Los hombres desarrollan vínculos con el narrador, el café y la hora del día. Un miembro del público puede declarar que el narrador es tan bueno que va a escucharlo, pero lo más probable es que el público no vaya a otro café para escuchar al mismo narrador. El oyente también es dado a marcharse una vez «su» narrador ha terminado, sin esperar a escuchar a otro que quizá actúe más tarde. Durante el recital, sin embargo, se espera que todos los presentes estén atentos. Si un narrador es bueno, el público estará interesado de verdad. El narrador no tendrá el menor reparo en llamar la atención sobre los malos modales de quienes hablen durante el recital. Así pues, cierto grado del éxito de un narrador puede apreciarse en su capacidad para cautivar a un público fiel y en su capacidad de sumar al público a otras personas atraídas por el recital.»
Mary Ellen Page, “Professional storytelling in Iran: Transmission and practice”, Iranian Studies, vol. 12, 1979, pp. 196-197
Ilustración inspirada en la cerámica de la cultura Mimbres, Nuevo México
Las epopeyas vienen del otro lado de la vida