Contarle historias a alguien que las escuche como historias, que no te conozca, que no espera oír literatura. ¡Qué hermosa sería la vida de un narrador errante! Alguien dice una palabra y tú cuentas la historia. No paras nunca, ni de día ni de noche, te quedas ciego, pierdes el uso de tus miembros, pero tu boca sigue prestándote servicios, y vas contando lo que te pasa por la mente. No posees nada, sólo un número infinito y cada vez mayor de historias.
Lo más hermoso sería que pudieras vivir sólo de las palabras y tampoco necesitaras comer.