Para los pueblos preindustriales, la oscuridad congeniaba con la narración de historias. En las culturas occidentales, como en las no occidentales, el recital de mitos y cuentos tradicionales disfrutó del aura de un ritual sagrado, reservado tradicionalmente a las profundidades de la noche. La oscuridad aislaba a corazones e intelectos de las exigencias profanas de la vida cotidiana. Cualquier “función sagrada”, aseveraba Daniello Bartoli en La Ricreazione del Savio [1659], “requiere oscuridad y silencio”.
En el interior de los hogares de la Edad Moderna, las habitaciones mal iluminadas conferían una fuerza añadida a los talentos resonantes de los narradores de historias. En buena parte de Irlanda, estos hombres llevaban el título de seanchaidhthe, y en Gales, cyfarwyd.
La palabra hablada, en ausencia de distracciones que compitieran con ella, adquiría en la noche una claridad singular. La oscuridad animaba a la escucha así como al despliegue de la fantasía. Las palabras, no los gestos, daban forma a las imágenes dominantes de la mente. Además, el sonido tiende a unificar cualquier conjunto diverso de oyentes. El sonido no sólo es difícil de ignorar, sino que fomenta la cohesión al juntar más a las personas, tanto literal como metafóricamente. Acompañado de la luz mortecina de una lámpara o un hogar, el acto de narrar creaba un entorno singularmente íntimo.
A. Roger Ekirch, At Day’s Close: A History of Nighttime, London: Phoenix, 2006, págs. 179-180
Ilustración inspirada en el dibujo de una cerámica griega
Una verdadera luz en la oscuridad, un faro para las almas que escuchan embelesadas, un lápiz que dibuja la narración frente los ojos curiosos que rodean al narrador.
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Nos alegra que te haya gustado la cita. Para los amantes de la narración la noche y la palabra son magia cuando se combinan ☺️
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Es como hacer sombras chinescas en la pantalla de tu imaginación. Las palabras proyectan imágenes.
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