Cuentos hasta el alba

En mi localidad natal, Pool-Ewe, Ross-shire, cuando era muchacho, era costumbre de los jóvenes reunirse durante las largas noches de invierno para escuchar a los viejos recitar cuentos o sgeulachd, que habían aprendido de sus padres. En aquellos días, sastres y zapateros iban de casa en casa, haciendo ropa y zapatos. Cuando uno de ellos llegaba al pueblo, era para nosotros motivo de gran alegría, a la vez que obteníamos faldas nuevas.

Sé de un viejo sastre que  cada noche, durante su estancia en el pueblo, contaba un cuento nuevo; y otro, un anciano zapatero, que con su enorme acopio de historias sobre fantasmas y sídhe, nos asustaba tanto que, al volver a casa, a duras penas nos atrevíamos a pasar por el cementerio de la iglesia cercana.

Era también costumbre que, cuando visitaba el pueblo un aoidh o forastero, famoso por su repertorio de cuentos, jóvenes y viejos acudiéramos sin demora a la casa en la que pasaba la noche, y eligiéramos nuestro asiento, unos en camas, otros en bancos, y otros en escabeles de tres patas, etcétera, para escuchar en silencio los nuevos cuentos, igual que, como he visto después, hace la gente cuando viene a Glasgow un actor muy famoso. Por lo común, el amo de la casa iniciaba la velada con el cuento del Famhair Mor (gran gigante), o algún otro relato favorito, y a partir de ahí seguía el forastero. “El primer cuento, el amo, y el aoidh o huésped cuentos hasta el alba”, era un dicho común. También era costumbre proponer acertijos, para cuya solución todos los presentes tenían que poner en juego su ingenio. Si alguno de los presentes proponía un acertijo que no era resuelto aquella noche, volvía a casa con el título de “rey de los acertijos”.

Además de esto, en aquellas veladas se debatía sobre los Fein, que deriva de Fiantaidh, gigante; y los Fiantaidh eran un cuerpo de hombres que se ofrecían voluntarios para defender su país de las invasiones e incursiones de los daneses y noruegos, o Lochlinnich. Fiunn, que era siempre el rey de los Fein, era entre ellos el más fuerte, y a nadie se podía admitir en el grupo que tuviese menos estatura que él, por alto que fuera. Recuerdo a un viejo zapatero de tez oscura contándonos una noche que Fiunn tenía un diente que consultaba como oráculo en todas las ocasiones importantes. No tenía más que tocarse el diente y lo que quisiera saber, fuese lo que fuese, le era revelado de inmediato.

De un carta de Hector Urquhart a John Francis Campbell, fechada en marzo de 1860; reproducida en Popular Tales of the West Highlands, vol. I, Edimburgo: Edmonston and Douglas, 1860 págs. vi-vii

Ilustración inspirada en un netsuke japonés

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