
Autor: HN
Recuperando el relato

He encontrado la clave del sistema que (en los viejos tiempos) regía el matrimonio entre parientes lejanos, una cuestión que el año pasado me tenía desconcertado. Cuando la novia se casa, cierta parte del relato ancestral (smaiusta) de su padre se transmite al marido; por ejemplo, el derecho a tallar o pintar un cuervo en una caja para guardar comida. A menos que se vuelva a adquirir, el relato permanece en la familia del marido, pero a medida que el smaiusta se va transmitiendo, permanece el recuerdo de que parte de él está en otra familia y un hijo, nieto u otro descendiente del padre de la esposa intentará recuperarlo desposando a una mujer de la otra familia. Como lo expresan los bella coola, un hombre siempre ‘caza’ cuando contrae matrimonio, con el objeto de recuperar fragmentos de sus smaiustas.
De una carta del antropólogo canadiense T. F. McIlwraith a Edward Sapir, 26 diciembre 1923 en At Home with the Bella Coola Indians: T. F. McIlwraith’s Field Letters, edited by John Barker and Douglas Cole, Vancouver: UBC Press, 2003 pp. 113-114
Ilustración inspirada en una pintura rupestre bossquimana del Cederberg, Sudáfrica
Lo más perdurable
Is buaine port ná glór na-éan,
Is buaine focal ná toice an tsaoil.
Una tonada es más perdurable que el canto de los pájaros,
un cuento es más perdurable que toda la riqueza del mundo.
(Proverbio irlandés)
Irish proverb, in Robin Gwyndaf, “A Welsh Lake Legends and the Famous Physicians of Myddfai”, Bealoideas, vol. 60-61, 1992-1993, p. 245
Ilustración inspirada en un dibujo japonés
No cuentes nunca un solo cuento

No cuentes nunca un sólo cuento. Añade siempre un segundo. De ese modo, el otro se tendrá en pie.
Tom Lowenstein, Ancient Land: Sacred Whale: The Inuit Hunt and Its Rituals, London: The Harvill Press, p. xii
Ilustración inspirada en un textil contemporáneo sudafricano
Cuentos por millas
Desde nuestro campamento cerca de las orillas de este famoso lago [Urmia] a la ciudad de Maragheh hay dieciocho millas: hicimos la etapa durante la noche. El mulá Adinah, narrador de Su Majestad, estaba en nuestro grupo. El elchee (embajador) le pidió que amenizara el tedio del camino con un cuento.
–¿De cuántos farsekhs* lo queréis? –fue su respuesta.
–De cinco, por lo menos –fue la respuesta.
–Puedo complaceros a las mil maravillas–dijo el mulá–, tendréis a Ahmed el zapatero.
No pude evitar reírme de esta forma de medir un cuento; pero me aseguraron que era una costumbre habitual, surgida del cálculo que los narradores profesionales se veían obligados a hacer del asueto de sus oyentes. A cualesquiera otros comentarios sobre esta costumbre puso fin el mulá Adinah, pidiéndonos que calláramos y prestásemos atención; satisfecho su deseo, empezó de este modo:
–En la gran ciudad de Isfaján vivía Ahmed el zapatero, un hombre honrado y hacendoso… [el cuento ocupa 19 páginas].»
* 1 farsekh = c. 3 miles = 5 kilómetros.
Sketches of Persia, from the journals of a traveller in the East, London: J. Murray, 1845 , p. 252 (la primera edición es de 1827).
Ilustración inspirada en pinturas rupestres bosquimanas del Cederberg, Suráfrica
Originales en un sentido diferente
El mito es un lenguaje constituido por formas intemporales, no momentáneas. Los temas [del recital improvisado por dos narradores haida para el antropólogo John Swanton] no se urdieron para esa ocasión. Son originales en un sentido diferente. Son relatos con mil o diez mil años de antigüedad a los que se da un uso contemporáneo, relatos que renuevan el mundo presente al repetir lo que sabemos sobre cómo se formó el mundo.
Robert Bringhurst, A Story as Sharp as a Knife: The Classical Haida Mythtellers and Their World, Vancouver: Douglas & McIntyre, 1999: 220
Inspirado en el dibujo de un escudo encontrado en un vaso griego.
Nuestras narraciones no siempre cuentan cosas bonitas
Nuestras narraciones son historias sobre la experiencia humana y, por tanto, no siempre cuentan cosas bonitas. Pero no podemos embellecer un relato para complacer al oyente y, al mismo tiempo, ceñirnos a la verdad. La lengua debe ser el eco de lo que estamos obligados a contar, y no puede adaptarse a los humores y gustos del hombre. La palabra del recién nacido no es digna de confianza, pero las experiencias de los antiguos son portadoras de verdades. Por tanto, cuando narramos nuestros mitos, no hablamos por nosotros mismos; es la sabiduría de los padres la que habla a través de nosotros.
Osarqaq, Greenland Inuit storyteller, early 20th century. Knud Rasmussen, Greenland by the Polar Sea: The Story of the Thule Expedition from Melville Bay to Cape Morris Jesup, New York: Frederick A. Stokes [1921], pág. 27
Ilustración inspirada por un dibujo de la cultura Mochica, Perú.
Inventar
De pequeña, [Edith Wharton] tenía el curioso hábito de lo que ella llamaba «inventar». Antes de que aprendiera a leer, se sentaba durante horas con un libro en el regazo y fingía leer uno de los cuentos que contenía. Cuanto más negra y densa era la tipografía, mejor. Caminaba rápidamente arriba y abajo y entraba en una especie de éxtasis de composición verbal; en cierta ocasión, su madre intentó anotar lo que Edith decía, pero no pudo mantener el ritmo. Cuando una niña llegó de visita para jugar, Edith le pidió a su madre: «Entretenme a esa niña. Yo tengo que inventar». Más tarde, cuando aprendió a leer, su inmersión en textos reales se mantuvo en la línea de estas invenciones obsesivas.
Edmund White, “The House of Edith”, New York Review of Books, 26 April, 2007, pág. 39
Ilustración inspirada por los créditos de la serie de TV Juego de tronos
No somos como piedras
Pienso que el interés por la narración forma parte de nuestro modo de ser en el mundo. Responde a la necesidad en que nos hallamos de entender lo que ha ocurrido, lo que han hecho los hombres, lo que pueden hacer: los peligros, las aventuras, las pruebas de toda clase. No somos como piedras, inmóviles, ni como flores o insectos, cuya vida está trazada de antemano. Nosotros somos seres para la aventura. El hombre nunca podrá renunciar a que le narren historias.
Mircea Eliade, La prueba del laberinto: Conversaciones con Claude-Henri Rocquet, traducción de J. Valiente Malla, Madrid: Ediciones Cristiandad, 1980, pág. 159
Ilustración inspirada en los boles de cerámica de los hausa de Nigeria.
Las historias son las casas en que vivimos
Las historias son las casas en que vivimos. Son la comida que servimos en nuestra mesa, consumimos e incorporamos a nuestra sangre. Las historias, sin embargo, no existen plenamente salvo en la presencia física de quienes las narran. Después, de una forma misteriosa, conservan esta corporeidad cuando acuden a los ojos y resuenan en los oídos de nuestro espíritu en ese proceso que llamamos memoria. Los narradores son así los arquitectos y albañiles de nuestros universos. Construyen arcos de piedra invisible que abarcan enormes salones. También construyen los cuartos comunes y corrientes que son nuestro abrigo cotidiano. Sea con estilo exaltado o humilde, los narradores nos sirven el alimento espiritual que nos sustenta, tanto las simples verdades como las más deliciosas mentiras.
¿Quiénes son, pues, los narradores? … [Lo cierto es que] todos somos narradores de historias y oyentes de historias. Estamos obligados a ser ambas cosas, si queremos navegar el mundo en que vivimos, cada porción del cual… es en parte creación nuestra. Salvo que se produzca algún trauma terrible, las facultades complementarias de escuchar y narrar historias nos acompañan de un modo irrenunciable desde muy temprana edad. A lo largo de toda nuestra vida, ambas facultades permanecen en el fondo de nuestra esencia de seres inteligentes, dando forma a nuestros pensamientos, apartándonos del error, y guiándonos cada vez más hacia lo que el futuro pueda depararnos.






