El cuento empieza donde la razón termina

Af a mayse fregt men nish ken kashe!” [Yiddish, uno  no hace preguntas sobre un relato], reza un viejo dicho yiddish, y el motivo es comprensible: kashe y mayse están en polos opuestos. Donde kashe procede de la razón, la lógica y la realidad, mayse necesariamente empieza donde la razón termina. Kashe se origina en el cerebro, y mayse en el corazón. Kashe pregunta: ¿cómo es esto posible? Mientras que mayse no conoce límites. Es, por tanto, obvio por qué uno no hace una kasha [pregunta], que compete totalmente a la realidad, sobre un mayse [relato], que compete totalmente a la fantasía.

Abraham Rechtman, The Lost World of Russia’s Jews: Ethnography and Folklore in the Pale of Settlement, traducción de N. Deutsch y N. Barrera, Bloomington: Indiana University Press, 2012, pág. 254

Ilustración inspirada en un dibujo textil japonés

De las entrañas de los vivos

[Que mi trabajo no es pequeño] es cosa patente pues, habiendo falta de escrituras, tengo de andar mendigando de uno en otro, sacando de las entrañas de los vivos lo que vieron los ojos de los muertos, haciendo presentes las cosas pasadas, y las que están ya en las tinieblas del olvido envueltas sacarlas a la luz y memoria.

Fray Alonso de Espinosa, Historia de Nuestra Señora de Candelaria, edición de Alejandro Cioranescu, Santa Cruz de Tenerife: Goya Ediciones, 1980, p. 16; la primera edición es de 1594

Ilustración inspirada en un estandarte turco

El lugar de los mitos

Los bella coola coinciden en que el más importante de sus seres sobrenaturales es Älquntäm, la divinidad suprema, creador de hombres y animales […]. Otros nombres con los que se le conoce se detallan a continuación:

[…]

Smaiaikila, «El hombre cuento», porque Älquntäm creó los mitos ancestrales al mismo tiempo que creó la humanidad. […]

Smaialotla, «De quien proceden, y a quien pertenecen, todos los mitos». Como creador de mitos tenidos en muy alta estima, la divinidad suprema es su dueño.

[…]

Aunque Älquntäm mora a menudo en el sol, su hogar está en la tierra plana encima del cielo, una casa enorme que figura de manera destacada en la mitología bella coola y en el pensamiento actual. […] [Uno de los nombres de la casa es] Nusmäta, «El lugar de los mitos».

T. F. McIlwraith, The Bella Coola Indians, vol. 1, Toronto: University of Toronto Press, 1948, págs. 32, 34

Ilustración inspirada por una escultura que representa un ancestro en Indonesia

La extraña expresión de sus ojos mientras cantaba

La hija del kapala [cacique del pueblo] y una compañera exigieron dos florines cada una por contarme folklore, ante lo cual expresé mi deseo de escuchar primero lo que podían contar. La compañera insistió en que antes el dinero, pero la esposa del kapala, que era una mujer encantadora, empezó a cantar, y su amiga se unió a menudo a la canción. Se trataba de la oración preliminar, sin la cual no se podían contar historias. La mujer era una blian [chamán], y su forma de narrar leyendas, me informó, consistía en delinear relatos en forma de canción.

Puesto que no tenía a nadie para que me tradujera, de mal grado me vi obligado a renunciar a su demostración, aunque encontré interesante observar la extraña expresión de sus ojos mientras cantaba, y la apariencia de estar en trance que mantenía. Otro aspecto notable era el intenso apego de sus perros, que centraron constantemente sus ojos en ella, y acompañaron sus movimientos con extraños sonidos guturales.

Dayak, Borneo central; Carl Lumholtz, Through Central Borneo: An Account of Two Years’ Travel in the Land of the Head-Hunters Between the Years 1913 and 1917, Singapur: Oxford University Press, págs. 137-138

Ilustración inspirada en una pintura rupestre de Kimberley, Australia

Nunca le escuché narrar un cuento hasta dos veces

Aquí en nuestra celda, los varones, todas las noches nos juntábamos en medio de velas y mecheros, haciendo círculos como para la merienda de una faena. Aquí seguíamos hilando entre risas y sin preocupaciones, escuchando los cuentos de los cuentesteros. Nunca, como en la cárcel, he escuchado tantos cuentos, que hasta ahora los recuerdo todavía, algunos de ellos.

[. . .]

De noche, la celda parecía un matrimonio, llena de velas y mecheros a kerosene. Así, entre hilando e hilando, nos contábamos cuentos hasta altas horas de la noche. Para eso de cuentos, Matico Quispe era especial. Él era preso del pueblo de Oropesa y su mujer era de Huaro, donde él vivía. Aquí, cuando estaba de pongo tendalero, en la hacienda de un señor Díaz, cierta noche del tendal desaparecieron tres costales de semillas de maíz. Él era inocente, pero el hacendado no creía.

Más bien lo denunció en Urcos, donde su cuñado que era juez, como ladrón de su tendal. Por eso Matico estaba preso. Matico era especial, pues desde aquella vez de la cárcel de Urcos, hasta ahora, nunca me he topado con otro paisano que sea tan cuentestero como Matico. Él era tan cuentestero que nunca le escuché, el tiempo que estuve en la cárcel, narrar un cuento hasta dos veces. Todo estaba listo en su cabeza.

Gregorio Condori Mamani, De nosotros los Runas: Autobiografía, con Ricardo Valderrama Fernández y Carmen Escalante Gutiérrez, Madrid: Alfaguara, 1983, págs. 49, 52; Gregorio Condori Mamani es quechua del pueblo de Acopía, en Perú

Ilustración inspirada en una imagen de inspiración budista

Narradores

Aunque los japoneses son una nación de lectores, también les encanta escuchar los relatos del narrador profesional, que a su manera es todo un artista. Al tipo más humilde de narrador se lo puede ver sentado en una esquina, con un grupo de culis boquiabiertos a su alrededor. Los de la categoría más elevada se agrupan en gremios que tienen en propiedad casas especiales de entretenimiento llamadas yose, y a los que también se puede contratar por horas para amenizar fiestas privadas. Algunas formas de narración están más bien en la línea de una lectura popular. El hombre se sienta con un libro abierto ante sí y lo expone; quizá la historia de los Cuarenta y Siete Rōnin, o la novela china de los Tres Reinos (Songoku Shi), o un relato de la rebelión de Satsuma, o las antiguas guerras medievales de las familias Taira y Minamoto; y cuando llega a un punto especialmente bueno, el narrador lo subraya con un golpe de abanico, o con una tablilla de madera que tiene para ese fin. A este tipo de lectura se le llama gundan, si el tema es la guerra; de otro modo es kōshaku, que significa literalmente «disquisición». El hanashi-ka o narrador propiamente dicho trata relatos de amor, anécdotas e incidentes imaginarios. Gidaiyu es una especie de balada cantada por las mujeres con acompañamiento del shamisen o banjo.

El entretenimiento que se ofrece en una yose es, por lo general, mixto. Habrá historias bélicas, relatos amorosos, recitales acompañados por el banjo; el mismo programa está casi todo él en vigor durante una quincena, y el cambio se hace los días 1 y 16 del mes. Puesto que el número de estas casas que hay en cada ciudad de envergadura es considerable, los oyentes pueden encontrar algo nuevo que escuchar cada noche, y los narradores de más elevada categoría alcanzan lo que para Japón son unos ingresos considerables, pues van de una casa de entretenimiento a otra, deteniéndose sólo una hora más o menos en cada una, el tiempo justo para contar un relato y ganarse de este modo un dólar o dos.

Muchos estudiantes extranjeros de la lengua japonesa han encontrado en las yose su mejor escuela; pero hasta la fecha solamente a dos se les ha ocurrido ir allí no como oyentes, sino como recitadores. Uno es un inglés llamado Black, cuyo dominio del japonés es tan perfecto, y cuyos argumentos, tomados del acervo de la ficción europea, resultan ser novedades tan gratas, que los narradores de Tokio lo han admitido en su gremio. Del otro –también inglés, llamado John Pale– se dice que canta las canciones japonesas tan bien como un nativo.

Con la introducción de formas europeas de entretenimiento, como el baile y el cinematógrafo, las yose han perdido cierto terreno en el favor popular. Sin embargo, por un curioso giro del destino, han pasado a disfrutar del patrocinio especial del gobierno, que ahora las utiliza con fines de propaganda; Black, el inteligente inglés mencionado más arriba, falleció en 1923.

Basil Hall Chamberlain, Things Japanese being Notes on Various Subjects connected with Japan, Londres: Kegan Paul, Trench, Trubner & Co., 1939, pág. 467

Ilustración inspirada en grabados rupestres de una cueva de la isla de Götland

Pero no nos dormíamos

Supe de Coyote y de las cosas que puede hacer porque mi padre nos contaba historias sobre cómo empezó el mundo y cómo Coyote ayudó a nuestro Creador, Hermano Mayor, a poner las cosas en orden. Sólo algunos hombres conocen estas historias, pero mi padre era uno de ellos. En las noches de invierno, cuando nos terminábamos las gachas o el estofado de conejo y estábamos tumbados en nuestras esteras, mis hermanos le decían:

–Padre, cuéntenos algo.

Mi padre se tumbaba en silencio sobre su estera, con mi madre a su lado y el bebé entre ellos. Al cabo, empezaba lentamente a contarnos sobre cómo empezó el mundo. Este es un relato que sólo se puede contar en invierno, cuando las serpientes no rondan por ahí, porque si lo escucharan las serpientes entrarían arrastrándose y te morderían. Pero en invierno, cuando las serpientes duermen, contamos estas cosas. Nuestro relato sobre el mundo está repleto de canciones, y cuando los vecinos escuchaban cantar a mi padre abrían la puerta de nuestra casa y franqueaban el alto umbral. Familia tras familia venían, y hacían un gran fuego y mantenían la puerta cerrada ante la fría noche. Cuando mi padre terminaba una frase, todos decíamos a continuación la última palabra. Si alguien se dormía, él paraba. Ya no seguía hablando. Pero no nos dormíamos.

R. M. Underhill, Papago Woman, Long Grove, Ill.: Waveland Press, pág. 50

Ilustración inspirada en el arte del pueblo Klickitat de la costa noroeste de América

Gwydion era el mejor narrador del mundo

Entraron a guisa de poetas y les dieron la bienvenida. Gwydion fue ubicado esa noche a un lado de Pryderi.

–Bueno –dijo Pryderi–, nos gustaría escuchar una historia de parte de alguno de esos jóvenes de allá.

–Tenemos una costumbre, señor –replicó Gwydion–: la primera noche en la que se llega a un hombre importante, el poeta principal es el que recita. Te contaré historias con mucho gusto.

Gwydion era el mejor narrador del mundo. Esa noche entretuvo a la corte con anécdotas e historias divertidas, por lo que fue admirado por todos y Pryderi estaba encantado conversando con él.

From “Math son of Mathonwy”, the fourth branch of the Maginogi, in The Mabinogion, translated by Gwyn Jones and Thomas Jones, London: J. M. Dent & Sons, revised edition, 1989, pp. 56-57

Ilustración inspirada en una pintura rupestre del Cabo Oriental, Sudáfrica

Cuentos hasta el alba

En mi localidad natal, Pool-Ewe, Ross-shire, cuando era muchacho, era costumbre de los jóvenes reunirse durante las largas noches de invierno para escuchar a los viejos recitar cuentos o sgeulachd, que habían aprendido de sus padres. En aquellos días, sastres y zapateros iban de casa en casa, haciendo ropa y zapatos. Cuando uno de ellos llegaba al pueblo, era para nosotros motivo de gran alegría, a la vez que obteníamos faldas nuevas.

Sé de un viejo sastre que  cada noche, durante su estancia en el pueblo, contaba un cuento nuevo; y otro, un anciano zapatero, que con su enorme acopio de historias sobre fantasmas y sídhe, nos asustaba tanto que, al volver a casa, a duras penas nos atrevíamos a pasar por el cementerio de la iglesia cercana.

Era también costumbre que, cuando visitaba el pueblo un aoidh o forastero, famoso por su repertorio de cuentos, jóvenes y viejos acudiéramos sin demora a la casa en la que pasaba la noche, y eligiéramos nuestro asiento, unos en camas, otros en bancos, y otros en escabeles de tres patas, etcétera, para escuchar en silencio los nuevos cuentos, igual que, como he visto después, hace la gente cuando viene a Glasgow un actor muy famoso. Por lo común, el amo de la casa iniciaba la velada con el cuento del Famhair Mor (gran gigante), o algún otro relato favorito, y a partir de ahí seguía el forastero. “El primer cuento, el amo, y el aoidh o huésped cuentos hasta el alba”, era un dicho común. También era costumbre proponer acertijos, para cuya solución todos los presentes tenían que poner en juego su ingenio. Si alguno de los presentes proponía un acertijo que no era resuelto aquella noche, volvía a casa con el título de “rey de los acertijos”.

Además de esto, en aquellas veladas se debatía sobre los Fein, que deriva de Fiantaidh, gigante; y los Fiantaidh eran un cuerpo de hombres que se ofrecían voluntarios para defender su país de las invasiones e incursiones de los daneses y noruegos, o Lochlinnich. Fiunn, que era siempre el rey de los Fein, era entre ellos el más fuerte, y a nadie se podía admitir en el grupo que tuviese menos estatura que él, por alto que fuera. Recuerdo a un viejo zapatero de tez oscura contándonos una noche que Fiunn tenía un diente que consultaba como oráculo en todas las ocasiones importantes. No tenía más que tocarse el diente y lo que quisiera saber, fuese lo que fuese, le era revelado de inmediato.

De un carta de Hector Urquhart a John Francis Campbell, fechada en marzo de 1860; reproducida en Popular Tales of the West Highlands, vol. I, Edimburgo: Edmonston and Douglas, 1860 págs. vi-vii

Ilustración inspirada en un netsuke japonés

Un proceso continuo de ficcionalización

Nuestra vida social y personal es un proceso continuo de ficcionalización, a medida que interiorizamos nuestro otro-que-no-somos, lo dramatizamos, lo imaginamos, hablamos por él y a través de él. La precisión de esta ficcionalización nunca está garantizada, pero sin una capacidad para al menos adivinar lo que el otro pueda estar pensando no podríamos en absoluto tener una vida social.  Una de las cosas que hizo la ficción fue hacer de este proceso algo explícito, visible. Toda narración de historias es la invitación a entrar en un espacio paralelo, una arena hipotética, en la que tienes un acceso imaginado a cualquier cosa que no seas tú. Y si la ficción creía algo sobre sí misma, esto era que en el ADN de la ficción había empatía, que era el producto de la compasión.

Zadie Smith, “Fascinated to Presume: In Defense of Fiction”, New York Review of Books, r 24 de octubre de 2019, pág. 8

Ilustración basada en un amuleto Haida (gran garza azul y humano), conservado en el Royal British Museum