Un proceso continuo de ficcionalización

Nuestra vida social y personal es un proceso continuo de ficcionalización, a medida que interiorizamos nuestro otro-que-no-somos, lo dramatizamos, lo imaginamos, hablamos por él y a través de él. La precisión de esta ficcionalización nunca está garantizada, pero sin una capacidad para al menos adivinar lo que el otro pueda estar pensando no podríamos en absoluto tener una vida social.  Una de las cosas que hizo la ficción fue hacer de este proceso algo explícito, visible. Toda narración de historias es la invitación a entrar en un espacio paralelo, una arena hipotética, en la que tienes un acceso imaginado a cualquier cosa que no seas tú. Y si la ficción creía algo sobre sí misma, esto era que en el ADN de la ficción había empatía, que era el producto de la compasión.

Zadie Smith, “Fascinated to Presume: In Defense of Fiction”, New York Review of Books, r 24 de octubre de 2019, pág. 8

Ilustración basada en un amuleto Haida (gran garza azul y humano), conservado en el Royal British Museum

Una herencia del pasado profundo

Esto es lo que hemos heredado del pasado profundo, [. . .] la habilidad innata de contar y entender relatos, que viene de nuestras interacciones con un entorno natural exigente; y los programas neuronales que nos permiten leer y escribir, que también proceden de ese entorno.

Margaret Atwood, “Literature and the environment” en Burning Questions: Essays and Occasional Pieces, 2004-2021, Londres:  Chatto & Windus, 2022, pág. 145

Ilustración inspirada en el dibujo de un tejido sudafricano

El tema es el recitado

[En el Kalevala] todos los objetos y criaturas son parte de un continuum vital en constante comunicación mutua. Es un mundo que nunca está en silencio. Casi se diría que el ruido lo mantiene con vida. Los objetos inanimados vibran con una especie de temblor panteísta. Los muros, suelos y vigas de la casa se agitan, crujen y cantan de expectación por la novia que vendrá. Nada permanece inmóvil; hasta los muertos no están muertos, simplemente en otro lugar. Por supuesto, todo este sonido y movimiento los plasmaba originalmente una voz que salmodiaba sin interrupción; las descripciones sonoras deben de haber proporcionado oportunidades perfectas para estimular a los oyentes a concentrarse en el hilo conductor del relato. El recitado no era sólo el medio de expresión de los poemas del Kalevala: era su tema primordial. Las palabras y la música que la acompañaban encarnan una magia suprema.

Geoffrey O’Brien, “Magic Sayings by the Thousands”, New York Review of Books, 4 de noviembre de 2021, pág. 36

Ilustración inspirada en el logotipo de la Kalevala Society

El canto y el héroe se crean mutuamente 

Cuando, en el clímax de la Odisea, el disfrazado Odiseo –que se prepara para abatir a los intrusos que le están robando y cortejan a su esposa–, arma su gran arco “cual un hábil citarista y cantor tiende fácilmente con la clavija nueva la cuerda”, y tañe el arma para producir una nota musical. Con este símil espléndido, Homero fusiona los hechos sobre los que canta con el arte del cantor. El canto crea al héroe, pero héroe también crea el canto. 

James Romm, “A Journey into Homer’s World”, New York Review of Books, Septiembre 23, 2021, pág. 51 

Ilustración inspirada en la cerámica de la cultura Mimbres, Nuevo México

En nuestra jerga “exprimir” significa “contar” 

–Escucha –dijo–, como eres americano seguro que has visto montones de películas, ¿no? ¿Leído cantidad de libros? ¿Leído un montón de novelas? 

Volví a asentir. 

–Estupendo. Creo que quizá podamos establecer una buena relación comercial. 

El parkhan [cabecilla] sonrió de oreja a oreja ante mi estupor. Entonces su actitud cambió y se puso muy serio e intenso, observándome directamente con apenas el deje de una sonrisa burlona en torno a sus ojos oscuros. […] 

–Escúchame –dijo con seriedad–. ¿Puedes exprimir una novela? 

Yo dije: 

–¿A qué te refieres con ‘exprimir’? 

–Ya sabes, en nuestra jerga ‘exprimir’ significa ‘contar’. ¿Podrías contarnos novelas, narrar historias? Lo mismo con películas. Aquí no tenemos narrador, y necesitamos historias. La vida está vacía sin una buena historia que te ayude seguir adelante día a día. ¿Podrías hacer eso? 

Alexander Dolgun y Patrick Watson, Alexander Dolgun’s Story: An American in the Gulag. Nueva York: Alfred A. Knopf 1974, págs. 141-142) 

Ilustración inspirada en un dibujo tradicional de Ruanda

La mejor manera de contar un relato

Por esto la presencia de la palabra polytropos, “de muchos giros”, “circundado muchas veces”, en el primer verso de la Odisea es una insinuación sobre la naturaleza no sólo del héroe del poema sino del poema mismo, al sugerir, como hace, que la mejor manera de contar cierto tipo de relato es no avanzar en línea recta, si no círculos amplios, cargados de historia. 

Daniel Mendelsohn, An Odyssey: A Father, a Son and an Epic, Nueva York: Vintage Books, 2018, pág. 33.

Ilustración basada en un animal compuesto del imaginario del mundo antiguo

Tras imponer silencio 

Y ocupados así en distintas tareas, el bueno de Robin, tras imponer silencio, empezaba el cuento de la cigüeña, en el tiempo en que los animales hablaban o sobre cómo Renard el zorro robó el pescado; cómo logró que las lavanderas apalearan al lobo cuando aprendía a pescar; cómo el perro y el gato se fueron bien lejos; sobre el león, rey de los animales, que hizo del asno su lugarteniente, y quiso ser rey de todo; sobra la corneja, que al graznar perdió su queso; sobre Melusina; sobre el hombre lobo, sobre el pellejo de Anette; sobre el monje borracho, sobre las hadas, y que a menudo hablaba con ellas de tú a tú, incluso al atardecer, al pasar por el sendero, y que las vio bailar animadamente, junto a la fuente de Cormier, al son de una gaita cubierta de cuero rojo. 

Noël du Fail, Propos rustiques, Baliverneries, Contes et discours d`Eutrapel, edición de J. Marie Guichard, Paris: Librarie de Charles Gosselin, 1842, pág. 43. La obra se publicó originalmente en 1548 

Ilustración inspirada en un dibujo andino

La palabra hablada adquiría en la noche una claridad singular 

Para los pueblos preindustriales, la oscuridad congeniaba con la narración de historias. En las culturas occidentales, como en las no occidentales, el recital de mitos y cuentos tradicionales disfrutó del aura de un ritual sagrado, reservado tradicionalmente a las profundidades de la noche. La oscuridad aislaba a corazones e intelectos de las exigencias profanas de la vida cotidiana. Cualquier “función sagrada”,  aseveraba Daniello Bartoli en La Ricreazione del Savio [1659], “requiere oscuridad y silencio”.

En el interior de los hogares de la Edad Moderna, las habitaciones mal iluminadas conferían una fuerza añadida a los talentos resonantes de los narradores de historias. En buena parte de Irlanda, estos hombres llevaban el título de seanchaidhthe, y en Gales, cyfarwyd.

La palabra hablada, en ausencia de distracciones que compitieran con ella, adquiría en la noche una claridad singular. La oscuridad animaba a la escucha así como al despliegue de la fantasía. Las palabras, no los gestos, daban forma a las imágenes dominantes de la mente. Además, el sonido tiende a unificar cualquier conjunto diverso de oyentes. El sonido no sólo es difícil de ignorar, sino que fomenta la cohesión al juntar más a las personas, tanto literal como metafóricamente. Acompañado de la luz mortecina de una lámpara o un hogar, el acto de narrar creaba un entorno singularmente íntimo.  

A. Roger Ekirch, At Day’s Close: A History of Nighttime, London: Phoenix, 2006, págs. 179-180 

Ilustración inspirada en el dibujo de una cerámica griega

Cada relato puede contener más de un mensaje 

[Para los yanyuwa del norte de Australia,] Liwingkinya [un lugar con imágenes pintadas] es nyiki-nganji, o pariente, de Walala [un lago]. Estos dos lugares están vinculados entre sí por medio de relatos, canciones y actividades humanas, y en los abrigos rupestres pueden observarse señales de esas actividades.

Las tradiciones orales que todavía sostienen Liwingkinya han sobrevivido gracias a no estar congeladas en la página impresa sino a que se las narre y cante repetidamente. Cada relato puede contener más de un mensaje. El oyente también es parte del evento; de un buen oyente se espera también que aporte distintas experiencias vitales al relato de estos lugares cada vez que se canta o narra sobre ellos, y todos aprenden entonces cosas diferentes cuando se reaviva a estos lugares mediante el discurso o el canto. Estas canciones y relatos fuerzan al oyente a pensar de nuevas maneras sobre las experiencias cotidianas.

Para los hombres y mujeres yanyuwa que conocen su territorio, cantar y contar historias es la forma de expresión más valorada, un arte que abarca cierto tipo de verdad que vive más allá de los marcos restrictivos del positivismo, el empirismo y lo que en occidente se podría llamar sentido común. 

J. Bradley, A. Kearney and L. M. Brady, “A lesson in time: Yanyuwa ontologies and meaning the Southwest Gulf of Carpentaria, Northern Australia”, en Oscar Moro Abadía y Martin Porr (eds.), Ontologies of Rock Art: Images, Relational Approaches, and Indigenous knowledges, London & New York: Routledge, pág. 126 

Ilustración inspirada por una escultura que representa un ancestro de Indonesia

Evitar intrusiones del mundo invisible

Un ritual que se encuentra más a menudo entre los narradores [malayos profesionales] es la ceremonia de apertura que precede a un recital […]. Así, [varios de los narradores] entrevistados inician el recital con una sencilla ceremonia, cuyos elementos comunes son la preparación de un plato con ofrendas, que normalmente consisten en una hoja de betel y nuez de areca etc, y a veces incluye una pequeña suma de dinero, conocida como perekas [literalmente, endurecedor de la esencia vital] […]. En el caso de la mayor parte de los narradores, se lleva a cabo una ceremonia de apertura para garantizar la harmonía durante el recital y evitar intrusiones del mundo invisible. 

Amin Sweeney, “Professional Malay Story-Telling: Some Questions of Style and Presentation”, Ann Arbor: Centre for South and Southeast Asian Studies, The University of Michigan, Michigan Papers on South and Southeast Asia, no 8, 1974, págs. 60-61 

Ilustración basada en una imagen de inspiración budista